martes, 3 de junio de 2008

Esquina de SAN JACINTO



















El Convento de San Jacinto, que da nombre a la esquina, fue construido en el siglo XVI. Cuentan las viejas crónicas que el contador Don Simón Bolívar, recogía limosnas por orden del Cabildo para su fabricación. Frente al convento, del lado del poniente, se levanta la casa solariega de los Bolívar y Palacios. En marzo de 1.610 se había concedido derecho a dos solares a los frailes dominicos: uno para el convento y otro para la plaza. En vista de que no cumplieron lo estipulado, para 1.656, los Regidorese piden al prior, Juan de Berdeci, lo haga desocupar. El Padre prior reunió al capítulo de su convento para exponer lo que sucede; y éstos resuelven quitar las tapias "por convenir al convento la ejecución de la plazuela". Cada viernes de Concilio salía de San Jacinto la procesión de Jesús de Nazareno, presidida de música y luces, con Guión Rojo y la Virgen del Rosario. Los frailes de San Jacinto poseían entre sus numerosos bienes, un tejar y tenería, con esclavos para su beneficio y en terrenos concedidos a Diego Vázquez de Escobedo. En 1.865 el Procurador Antonio de Mendoza introduce quejas de que los frailes, con pretexto de hacer sementeras, "atraían a personas libres y esclavos fugitivos y mataban las bestias que se introducían en ellas". "En San Jacinto daba comienzo el extenso barrio del Rosario que ha dejado la esquina de este nombre", dice Enrique Bernardo Nuñez. A poco de la llegada del Capitán Emparan, la plazuela de San Jacinto fue invadida por la gente del mercado, quienes comenzaron a levantar allí sus tiendas. Los frailes protestan -"los divinos oficios estaban interrumpidos por el vocero de la plaza-". Piden al Ayuntamiento su prohibición, aduciendo que estos tenduchos eran obra del demonio y que en ellas "sucedían robos embriagueces, impurezas y libertinaje". Lo que más los horroriza son las "casillas de madera que se levantan en la plaza". El prior, Juan José de Icaza los considera "obra o aborto de un pensamiento diabólico; que ha facilitado a la malicia de los hombres, lo que antes, sin esto, les era muy dificultoso". (E.B.N., obra citada). Pero el Ayuntamiento había dispuesto que, en vista del crecimiento de la población y que el mercado de la plaza mayor no era suficiente, se habilitaran para la venta de comestibles las plazas de Altagracia, San Pablo y San Jacinto. En la calle de este último se instaló el mercado de pan, frutas y dulces, que antiguamente se vendían en la portería de las monjas concepciones. Los terrenos de la plazuela eran de la ciudad y por lo tanto los reverendos frailes perdieron el pleito. El Síndico José Manuel Lizarraga sostuvo "que la razón de utilidad común y pública, es más recomendable y poderosa que la de la propiedad, pues en iguales casos se obliga a los propietarios a vender sus fincas". En las tiendas de los barberos se sacaban muelas y se hacían "tasajos"; y eran, además centro de mentideros políticos y sociales. En el año de 1.797, a raíz del abortado movimiento revolucionario de Gual y España, se forma la "Compañía de Abogados y Pasantese" que se ejercitaban en la plazuela de San Jacinto para defender al régimen Colonial de España. Y era común mirar a aquellos personajes -ya maduros- como Francisco Espejo, Tomás Hernández Sanabria, Juan Agustín Arnal, el Dr. Agustín de la Torre, notable Jurista y Rector de la Universidad, dirigirse al sitio de reunión con su fusil al hombro y espada de mano, acompañados por un esclavo negro "de a pie". Desde el año de 1.828, al convento de los monjes dominicos de San Jacinto tiene diversos destinos. Sirvió de sede a la Municipalidad, una parte sirve de cárcel. Extinguidos los conventos por decreto de 23 de febrero de 1.873, el edificio se destina a Casa de Beneficencia y Cárcel Pública. En febrero de 1.865 se destina a Mercado Central. El plano para el mercado lo hace el Ingeniero Juan Hurtado Manrique; y el presupuesto de la obra es de Bs. 187.000. Fue inaugurado el año de 1.896. Los cronistas refieren que para entonces ya el convento estaba en ruinas; y que algunas personas se llevaron los restos de sus deudos que estaban enterrados en las naves de la capilla de San Jacinto. En la cárcel de San Jacinto estuvo Antonio Leocadio Guzmán condenado a muerte por "conspirador y propagandista de ideas sediciosas, tales como la división de las tierras". Unos de los cabecillas de la revolución, Juan Flores, "Clavereño", fue ejecutado en la Plaza de San Jacinto en la mañana del 23 de diciembre de 1.846. Más tarde la plaza se llamó "El Venezolano" y en su centro se levantó la estatua de Antonio Leocadio Guzmán en el mismo sitio donde se le quiso ejecutar. Esta estatua fue decretada por el Congreso el 2 de mayo de 1.882, cuando ya era un octogenario. Refieren las crónicas que cuando era juzgado se presentaron a las barras del Tribunal sus copartidarios usando todos corbatas amarillas: de allí nació la divisa de la Federación. Frente a San Jacinto está situada la casa solariega de los Bolívar, donde nació Simón Bolívar a las ocho de la mañana del día 24 de julio de 1.783, en el aposento del lado sur. Don Juan de la Madriz adquirió la casa en 1.806 y dio en ella un banquete al Libertador en su visita a Caracas el año 1.827. Allí estuvo por muchos años el reloj del sol que se le atribuyó a Humboldt, grabado en 1.703, que apareció un día a las puertas del convento. El año 1.712, cuando el terremoto que destruyó a Caracas fue tomado por los frailes como motivo para hacer propaganda a favor del rey de España, Bolívar se encaró a los curas y les dijo su célebre frase: "Si la naturaleza se opone (a la independencia) lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca". En los alrededores de San Jacinto estuvo la casa solariega de los Doctores Felipe Fermín y Cotto Paúl, ilustres próceres de la Independencia. Y la casa de la Real Audiencia, donde se administraba la justicia suprema, durante los días del coloniaje español. La plazuela de San Jacinto estaba rodeada de altos y bellos matapalos e higueras, a cuya sombra se realizaba la venta de los pájaros. En una de sus esquinas estuvo la zapatería "La Malagueña", donde se reunían los mejores toreros que visitaban al país. Allí estuvo también "La Atarraya", centro de reunión y tertulia de los poetas e intelectuales. En la plazuela de San Jacinto hizo sus primeras piruetas el célebre payaso Cantalisio, quien luego fuera un personaje que recorrió a Europa como exponente del humor, la gracia y el talento venezolanos. Hacia el sur de la plaza se levantaron -hasta hace poco tiempo- los paredones entre los cuales "Clavereño" pasó su última noche. Durante el día se miraban arder los reverberos de las ventas de fritos y se oían los gritos de los que pregonaban sus granjerías. Hasta sus gradas llegaban, primero los burros y más tarde los camiones, cargados de comestibles. Las bellas matas de cerezos que ofrecían sus frutos rojos al viandante, desaparecieron junto con el reloj, las barandas y la estatua de Antonio Leocadio Guzmán. También desaparecieron las fuentes de agua, las higueras y los cantos alegres de los pájaros. Hoy, San Jacinto es un peladero y un recuerdo perdido en la memoria de algún cronista caraqueño que conoce la ciudad; o en la mente de alguna muchacha caraqueña, que le conoció y le gozó en sus años mozos. Bajo los árboles de la plazuela de San Jacinto es posible que el niño Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar, realizará sus juegos infantiles, vigilado por su fiel Matea. Y esta es la historia de la "Esquina de San Jacinto". Como se ve, toda ella está impregnada de la formación de la ciudad y de su pasado histórico.

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