martes, 3 de junio de 2008

PARQUES de Caracas

Era, hasta finales de los 50, ciudad con apenas tres parques, Los Chorros, que comenzó a decaer, El Pinar y Los Caobos, aún no remodelado. Nacieron tres en los sesenta: Arístides Rojas, Naciones Unidas y, con Burle Marx como diseñador, el del Este. Uno, antes muy visitado, el de El Calvario, pasó ser olvido o nostalgia.Un bello sitio de aquellos días, aledaño y al oeste, fue escogido para los multifamiliares de Caricuao, tal como en el 23 de Enero y otras zonas había hecho la dictadura, criticada por Betancourt a causa de su política de “cemento armado”, la misma que en materia de vialidad había permitido la construcción de la autopista Caracas-La Guaira. Obra de Caldera I fueron el Poliedro y Parque Central, erigido frente a los cerros de San Agustín y única realización del amplio plan de convertir la zona en área cultural, con la Biblioteca Nacional como centro. De todos modos, se añadirían al conjunto el Ateneo y el Teresa Carreño. Posteriormente, la BN fue construida en los alrededores del Panteón Nacional con acceso a la Avenida Urdaneta por intermedio de un bulevar. Pero, la integración, pese a la conversión del San Carlos en museo, ha sido muy irregular desde el punto de vista espacial.La Ciudad Universitaria, que enlazó a tres gobiernos (Medina, trienio adeco-militar y dictadura) fue otra de las grandes obras citadinas, tal vez la mayor, ejemplo además de la integración de las artes. Con la expansión de la educación superior nuevas universidades con nuevos diseños aparecieron, una al oeste, la UCAB, otra al sureste, la Simón Bolívar, y otras al occidente, Metropolitana y Santa María. El Teleférico y el Humboldt, iniciativas del Nuevo Ideal Nacional, tratan ahora de revivir una época irrescatable, mientras el Helicoide quedó aislado y olvidado por mucho tiempo hasta concluir en sede de la policía política.Caracas ya no es la ciudad de los techos rojos que evocó magistralmente el cronista Enrique Bernardo Núñez, tampoco la de las esquinas descrita por Carmen Clemente Travieso, ni las de “las estampas” de Graciela Schael Martínez, ni la de las anécdotas de Lucas Manzano. Es la ciudad del transporte automotor y del bienaventurado Metro, de la buhonería y el malandraje, de una sociedad civil naciente y de un estilo político en parte moribundo y en parte desconcertante. Es, en fin, metrópoli en próxima conurbación con Guarenas, ciudad dormitorio, por un lado, y ciudad laboral alterna por el otro.Fue, desde 1946 hasta finales de los 90, ciudad de inmigrantes. Y es, desde entonces hasta estos días de estampida, ciudad de emigrantes que en su seno conserva aún a utópicos y estresados en extraña convivencia.Jesús Sanoja Hernández

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